miércoles, 8 de agosto de 2018

EL ASCENSO DE LEONARDO EL DIFERENTE


Leonardo, siempre quería ser diferente, era una especie de manía obsesiva, paradójicamente no tenía personalidad ya que de la misma forma podría haber elegido ser igual a todos los demás. Leonardo, algo sospechaba sobre esta aparente contradicción, pero se tranquilizaba pensando que, aunque carente de personalidad, su conducta era interpretada por la gente como un signo de distinción, cuando no, de inteligencia y sobre todo de fuerte personalidad.

La señora entró en el ascensor, Leonardo se alegró al ver que venía. Normalmente Leonardo no se alegraba cuando alguien subía con él en el ascensor, es más, nunca le gustaba subir con alguien porque ello le obligaba a mantener absurdas disertaciones sobre la resistencia de los materiales, por ejemplo, para no tener que hablar del tiempo como hacía todo el mundo y así, ser diferente. La resistencia de los materiales y la fatiga dinámica, era su conversación preferida en los ascensores. Leonardo le gustaba observar la cara de perplejidad y luego de terror que la gente ponía al oír hablar de lo fácil que era caer al vacío metidos en esa caja de acero. Como es lógico, Leonardo no tenía ni la más remota idea de lo que estaba hablando, él simplemente quería ser diferente, leía en la wikipedia cuatro acepciones y luego se inventaba su transcendencia o su aplicación. Así había pasado por cardiólogo, ingeniero, minero y sexador de pollos. Lo más curioso, excepto aquellos que se asustaban, la gente no le hacía caso; la mirada de la gente, él la interpretaba como atención, pero no era así. 

Aquella señora, le intrigaba tanto que ni se atrevió a empezar él la conversación, algo que tenía que hacer siempre con el fin de adelantarse a la más que probable conversación meteorológica de ascensor y así, ser diferente. Esta vez simplemente no pudo porque esa señora sí que era diferente, era como las malas de las películas Disney, como la madrastra de Blancanieves de la cual, Leonardo se enamoró perdidamente cuando era pequeño. De la madrastra, se enamoró no por ser diferente a los demás niños, se enamoró sin pretenderlo, no era una de sus habituales poses, que ya practicaba en la infancia, era un enamoramiento sincero. Leonardo apenas tenía recuerdos de la infancia, lo único que recuerda es ver muchas películas de Disney. La señora del asensor, miró a Leonardo y antes de tocar cualquier piso o preguntar a qué piso iba, el ascensor comenzó a moverse. Esto le preocupó, porque eso significaba que habían estado mirándose durante el tiempo suficiente como para que alguien llamara al ascensor desde un piso superior. Lejos de importunarse por esa circunstancia, la señora seguía mirando a Leonardo que ya estaba paralizado por una mezcla de curiosidad, deseo y ganas de gritar. El ascensor seguía subiendo, hasta que llegó al último piso, en ese instante la señora del ascensor, que no había dejado de mirar a Leonardo en todo el trayecto, se acercó a su rostro tanto que sus labios se rozaban, Leonardo se estremeció al sentir el calor de su aliento, lo beso de forma tan violenta que le hizo daño. Los brazos de la señora se aferraron como una garra al cuerpo de Leonardo que ya estaba fuera de sí, muerto de miedo y excitación, cuando se dio cuenta de que, aunque hubieran llegado al último piso, el ascensor seguía subiendo. La señora del ascensor, acercó su boca a Leonardo y le preguntó algo, primero susurrando y luego gritando, algo que no pudo entender. El ascensor seguía subiendo hacia la nada y el abrazo violento de la señora, seguía con más y más fuerza. De nuevo volvió a preguntar y esta vez escuchó perfectamente. Leonardo, por fin, entendió todo y le dijo a la señora que ella era la más guapa, más guapa que Blancanieves y el ascensor siguió subiendo. La señora enrojeció de furia, sacó una piedra del bolsó y golpeó a Leonardo con tal fuerza que sintió cómo se desintegraba por dentro, su visión primero se nubló y más tarde comenzó a ver todo con forma de estrella, recibió el golpe de gracia y escuchó cómo sus trozos caían al suelo del ascensor. Ahora veía tantas cosas que le era imposible saber dónde estaba. Leonardo pensó que hubiera preferido hablar de la fatiga de los materiales. El ascensor seguía subiendo hacia la nada.

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